Sea o no que aurora inventó un sentimiento hacia el Príncipe Siul, ella, lo recordará como una realización de su deseo, en el juego del amor perfecto, lugar del uno y del otro en esa correspondencia casi imposible en la denominada vida real, el artificio con el que la autora introduce este mito humano se presta para llevar a todos a ese bello misterio donde cada uno tenga la ilusión de encontrar y tocar más allá de las apariencias el descubrimiento de esos mundos de pieles y emociones. Correspondencia donde se une el espacio y el tiempo sin fisuras. Lugar donde la vida mortal no se va pique.
Quizás lo que se aproxima a esta historia anunciándose es el Aleph, ese todo pleno de la ilusión. “Cambiará el universo pero no yo” dice el Gran Borges en su cuento del Aleph ante la nostalgia de su Beatriz, donde comprende a través de Daneri, que “el trabajo del poeta no estaba en la poesía; estaba en la invención de razones para que la poesía fuera admirable”. A lo mejor desde un “Aleph: que es uno de los puntos del espacio que contiene todos los puntos”. Donde la cacofonía del caos desaparece frente al hallazgo del habla que evoca eso mío: el diálogo con el propio pensamiento sin exclusión alguna del otro.